Marcos 4,21-25 Jueves, 28 de Enero de 2021
En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre:
“¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga”.
Les dijo también:
“Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.
Nos encontramos metidos ya de lleno en el llamado litúrgicamente “tiempo ordinario”, es decir, el tiempo que transcurre fuera de los grandes momentos litúrgicos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua… y es que, apenas hemos dejado atrás los ecos gozosos del anuncio del nacimiento del Señor “¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor!” (Lucas 2,14), tenemos que volver a lo rutinario, cotidiano, ordinario, en suma, cargando además con la pereza del invierno, con sus inclemencias, y el frío que nos atenaza y nos impide hacer nada; es un tiempo que se hace cuesta arriba, además, y no me refiero sólo a la famosa “cuesta de Enero” por culpa de los gastos y los dispendios navideños, porque ya empezamos a darnos cuenta de que muchos de los objetivos y metas que nos propusimos, como “propósitos de Año Nuevo” se han quedado por el camino, vamos, que han muerto casi antes de nacer, de estas rutinas carentes de sentido advierte también María Emilia Riquelme a sus hijas “no tengamos humildades de rutina, sino del fondo del alma, es lo que Dios pide de nosotras, señal que no la tenemos, que a la primera ocasión caemos” (Cartas, Roma, 11 de Marzo de 1928). Vamos a dejar al margen todo lo referente a la pandemia y a la situación actual de contención, o descontrol, como se prefiera, del Covid19, porque eso, desgraciadamente, sigue siendo como un día nublado que no termina de pasar, si Santa Teresa solía decir “una mala noche, en una mala posada” (“Camino de Perfección”, Santa Teresa, 40,9) cuando atravesaba una mala racha, no cabe duda que, en este caso, estamos cerca de pasar un año ya en tan pésima posada.
Este tiempo es un tiempo gris, plomizo, nublado… y entonces viene en nuestro auxilio el Señor y nos dice “¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero?” (Marcos 4,21), a poco que uno sea un torpe, como ese antiquísimo refrán arameo que dice “vino el burro y rompió la lámpara” (“Evangelios apócrifos”, Aurelio de Santos Otero, Editorial BAC, Madrid, Año 1956, pág. 57), entendemos que no, que la luz es “para que brille e ilumine a los de la casa” (como agrega a este dicho del Señor el Evangelio de Mateo (5,15)). Y es que todos nosotros tenemos luces (bueno, unos más, y otros menos, que por eso a alguien de pocas entendederas el refranero le dice “que tiene pocas luces”), las que hemos recibido del Espíritu Santo el día de nuestro bautismo, cuando recibimos la luz, encendida del Cirio Pascual, del Señor resucitado, cuya manifestación en la Iglesia es el Espíritu Santo, es decir, los dones y carismas que cada cual haya recibido, porque no lo olvidemos, todos tenemos estos dones y carismas, como bien nos recuerda María Emilia Riquelme “Dios da luces claras cuando con humildad se le piden y se baja la cabeza para recibirlas” (Cartas, Roma, 11 de Febrero de 1929) todos tenemos luces que compartir, y pueden ser cualquier cosa, que no hace faltan que sean dones extraordinarios “expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien” (Marcos 16,17-18), sino cualesquiera que nos ayudan a caminar, a construir la cotidianidad y, lo más importante, acercar a otros al Señor, ya sea tener y empatía, o el don de la alegría, la esperanza o el sentido del humor, o incluso tener la capacidad de ser un buen amigo y escuchar a los necesitados. Ésta luz del Espíritu Santo es lo único que necesitamos para seguir caminando, para seguir enfrentando cualquier problema de la vida, en suma, para seguir luchando por ser luz nosotros mismos, famosas son las palabras de nuestra madre a este respecto “la luz te ilumina, te falta el valor… ¡Adelante, y a seguir la inspiración!” (Pensamientos, nº 171).
También podemos pensar, en este contexto, que el Señor con esta imagen de la luz se esté refiriendo también a la Palabra de Dios: Con solo escuchar la Palabra de Dios ya tenemos prendida una luz dentro de nosotros. Todos hemos escuchado de labios del Señor que somos amados y salvados, pero no podemos dar por sentado que los demás hayan entendido o experimentado, de la misma manera, el amor y la misericordia de Dios, por eso estamos especialmente llamados a difundir este mensaje a todos los que nos encontremos “darle a conocer a las almas y hacer que le amen” (Pensamientos, nº 96), especialmente a aquellos que están atrapados en un momento oscuro. Necesitamos ser la luz en sus vidas, dándoles el coraje y la fuerza para dejar que ellos descubran sus propias luces y las hagan brillar. Esto nos vale hacia afuera, y hacia dentro, es una invitación a que, por nuestra parte, nuestras luces sigan brillando intensamente, con más fuerza, porque esto es a lo que se refieren las otras palabras “al que tiene se le dará” (Marcos 4,25) porque los dones, como los talentos (Cfr. Mateo 25,14-30), son para ser usados y puestos al servicio de la comunidad, de lo contrario, lo mismo que un cabo de vela inútil, pequeño, gastado y pobre, si no sirve para nada, se acaba extinguiendo y apagando “al que no tiene se le quitará” (Marcos 4,25), y aún así, aunque desperdiciáramos nuestros talentos y malgastáramos nuestra luz, todavía nos es posible encontrar la misericordia del Señor sobre nosotros, porque también está escrito que el Señor “no apagará el pábilo vacilante” (Isaías 42,3).