Permíteme compartir contigo la conmovedora historia de la Beata María de los Ángeles Ginard Martí, una mujer cuya vida y sacrificio nos inspiran hasta el día de hoy.

María de los Ángeles nació en Llucmajor (Baleares) el 3 de abril de 1894, siendo la tercera de nueve hijos. Desde pequeña, su inclinación a la piedad cristiana la guio hacia el deseo de consagrarse al Señor en la vida religiosa, inspirada por el ejemplo de las hermanas de su madre.

Durante su juventud, María de los Ángeles trabajó en el hogar y en el taller familiar de bordados. A pesar de sus ocupaciones, mantuvo una vida dedicada a la oración y a la práctica de los sacramentos. Su profundo amor por la Eucaristía la llevó a unirse a las Hermanas Celadoras del Culto Eucarístico, fundadas por el siervo de Dios Miguel Maura Montaner.

En el convento de Madrid, María de los Ángeles ocupó cargos de responsabilidad, siendo consejera de la superiora y administradora de la comunidad. En los años previos a la Guerra Civil de 1936, consciente del peligro que se avecinaba, alentó a sus hermanas a permanecer firmes en la fe, incluso expresando que su mayor alegría sería dar la vida por Cristo en el martirio.

El 20 de julio de 1936, las religiosas tuvieron que abandonar el convento y refugiarse en casas de amigos. María de los Ángeles fue acogida por una familia, pero el 25 de agosto de 1936, milicianos la detuvieron y la llevaron a la Dehesa de la Villa, donde la fusilaron. Su valentía se manifestó cuando, al ser apresada, insistió en que solo ella era religiosa y la única que debían arrestar, salvando así la vida de una hermana de la familia que la acogió.

El Poder Judicial levantó su cadáver el 27 de agosto de 1936 y lo enterró en una fosa común en el cementerio de la Almudena. Después de la guerra, los restos fueron trasladados al panteón de las Hermanas Celadoras del Culto Eucarístico y, en 1985, al iniciar el proceso de canonización, se trasladaron al convento de Madrid.

La Beata María de los Ángeles Ginard Martí fue beatificada en la Basílica de San Pedro del Vaticano el 29 de octubre de 2005. Su fiesta se celebra el 30 de agosto, recordando su valiente testimonio de fe y entrega.