II DOMINGO DE CUARESMA
Evangelio: Mc 9, 2-10
Quién no ha tenido la experiencia, en algún momento de su vida, de subir a lo alto de un monte… Todo buen montañero que se precie, sabe que es importante ir bien equipados pero llevando sólo lo imprescindible… La subida es dura, requiere un ritmo constante, no sirven los atajos en línea recta para llegar primero… a veces hay que serpentear el camino, dar algunos rodeos… porque el camino más largo termina siendo, en muchas ocasiones, el más seguro.
Encontrarse con Jesús cara a cara, escuchar su invitación a seguir sus pasos… responder a su llamada… requiere en el corazón y en la vida de cada persona descubrir qué “cosas” son imprescindibles para recorrer este camino y cuáles son impedimentos que, a corto o largo plazo, van a impedirnos avanzar y llegar a la cumbre…
Esta es la invitación que nos hace este tiempo de Cuaresma… De poco (o nada) sirven los ayunos y penitencias corporales, si nuestro planteamiento no surge del encuentro personal con el Dios de la Vida… Sabernos amados y elegidos por Dios para estar con Él, es la clave que da sentido a todo lo demás.
Jesús sube a Jerusalén… conoce su destino… en varias ocasiones ha dicho a los suyos que allí, en la Ciudad Santa, lo prenderían y matarían… Como hombre… siente miedo, le faltan las fuerzas… necesita parar en el camino… encontrarse cara a cara con el Padre… orar… experimentar, una vez más, que esto es lo que Él permite para la salvación de todos los hombres… Y entonces ocurre… el encuentro se da… de corazón a corazón… y Jesús queda transfigurado e invadido del amor del Padre… y se siente Hijo amado en sus brazos… “este es mi Hijo amado, escuchadle”… Y esas mismas palabras se convierten en certeza para aquellos que son testigos de este encuentro.
Ahora sí, el camino es más llevadero… no es necesario hacer tres tiendas para quedarse allí… el destino es Jerusalén… donde su Palabra será su Vida entregada voluntariamente, transformada en Pan de Eucaristía… ahora, subir a Jerusalén supone hacerlo descendiendo al corazón, al lugar del encuentro… donde Dios habita…
Hacer este camino con Jesús… necesariamente tiene que transfigurarnos… y esto supone cambiar de “chip”… para subir a lo más alto… hay que bajar a lo más bajo… al corazón… al reino de la humildad, de la sencillez, del no ser… para dejar que Dios lo sea todo… y con esta actitud… aprender de Jesús a besar y abrazar la cruz… Contemplar a Jesús transfigurado es caer en la cuenta de que mi vida con Él tiene sentido, de que la cruz, esa que yo no elijo para mí, pero Dios permite que yo viva… lejos de ser patíbulo y lugar de condena, es altar de ofrenda donde mi pobreza y mi miseria, mi fragilidad y mi pecado, se transforman con Él, en fuente de Vida y Salvación… porque el altar es también la cruz donde Cristo perpetúa su ofrenda al Padre por ti y por mí, por cada ser humano… y donde cada uno de nosotros tenemos la oportunidad de ponernos en manos de Cristo para ser con Él también ofrecidos.
Yolanda Delgado, mss
@Yoly_ds