II DOMINGO DE ADVIENTO

Evangelio: Mt 3, 1-12

En esta segunda semana de adviento nos acompaña Juan Bautista quien clama y llama a convertirnos para dar frutos. La manera como presenta Mateo a Juan B. me sorprende porque aparece como una persona totalmente consagrada a Dios, un profeta que vive en el desierto, su forma de vestir y de comer nos da a conocer la radicalidad de permanecer en Dios ante lo que le ofrecía el mundo en su tiempo, es un testimonio vivo de Dios.

Ahora es el tiempo de gracia para poner nuestro corazón a crisol en el fuego del amor de Dios y dejar resonar esta llamada conviértanse, enderecen el camino para dar frutos que es dado a los fariseos y saduceos, es bueno tener el corazón alerta para no caer en conformismo o falsa confianza en Dios, sin obras y sin arrepentimiento, tener cuidado con la falsa humildad que el Papa mencionó en esta semana, la humildad de teatro.

La conversión parte de un corazón humilde, al igual que Juan Bautista, que se cree en verdad amado por Dios misericordioso, es el mismo Espíritu quien nos guía a reconocer nuestras debilidades y cambiar aquello que no permite dar frutos y disfrutar de la belleza de la vida, del Señor, de los demás, de los pequeños detalles.

La conversión no sólo es quedarse en la intimidad con Dios que nos abraza, sino implica obras “dejesus-conversionn, más bien, frutos de conversión” la llamada de atención de Juan Bautista es fuerte que hace reaccionar y surgir preguntas ¿Cómo está mi árbol? ¿Cómo está mi vida? ¿Doy frutos?

Que María, Madre del adviento nos enseñe y ayude a arrepentirnos y dar frutos haciendo presente el Reino de Dios, sabiendo que la obra es de Él “…Dios puede suscitar de estas piedras hijos de Abraham”. Dejemos a Dios ser Dios, este Dios jardinero, que nos cuida, podando, removiendo nuestra tierra para dar frutos y poder permanecer en Él con un corazón de carne que siente y se pone manos a la obra con sencillez y pueda agradecer la variedad de frutos de nuestros hermanos y hermanas para hacer presente el Reino de Dios con el valor de la vida, de la dignidad, de misericordia y de ternura; también la gratuidad, de una ecología integral, etc.

Margarita Tola Coca, mss