NAVIDAD

Evangelio: Lc 2, 1-14

En este día de la Navidad, día especial para la Iglesia y para muchas partes del mundo, quiero compartirles una reflexión sobre el texto de Lucas que la liturgia nos regala.

El pasaje comienza presentando a José y a María como una pareja más que tienen que cumplir el decreto del Emperador.

Todo es sencillo, cotidiano, anónimo. El nacimiento de Jesús tiene lugar en un pueblito pequeño, en un lugar precario, que sólo el amor de María y José lo convertirán en algo acogedor y habitable.

Es enimg-20161217-wa0004 Belén donde “a María le llegó el momento de ser madre” (Lc 1,6), es en Belén donde cada uno de nosotros/as podemos aprender a ser madres y padres para las personas que el Señor nos confía. Aprendemos la generosidad, la ternura, la confianza… ¡qué bonita misión se nos regala: dar y recibir amor! La maternidad y la paternidad nacen del corazón que sabe amar.

Y Jesús entra en nuestra historia “como uno de tantos”. “Todo transcurre a la intemperie, sin techo alguno de excepción o de privilegios, en la opacidad oscura de la historia y de la naturaleza”. Y con Él todo lo humano cobra un sentido nuevo, todo se diviniza…

En los siguientes versículos muestran un cambio, en el que predomina la luz y el gozo. “No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor. Esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,10-12). La gloria del Señor lo envuelve todo con su resplandor. Y la señal que los ángeles dan a los pastores es un niño.

Lo que el Evangelio ofrece como señal, es un pequeño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Este acontecimiento nos invita a buscar estas señales pequeñitas, escondidas, donde Dios continúa revelándose en la historia. Es el “Espíritu que sigue actuando desde abajo, desde los que están en peligro, desde los pobres e insignificantes, para que tengan vida y vida en abundancia”. Esto requiere de cada uno de nosotros/as una tarea continua de discernimiento, de vigilia, de vivir con María Emilia, como centinelas atentos/as a los signos que en la realidad se hacen presentes.

Este niño trae gozo, alegría a quien lo sabe reconocer, sin palabras nos regala la paz y la sabiduría. Renovemos nuestra fe, nuestro asombro, nuestro agradecimiento ante este Niño que nos revela la opción de Dios por lo sencillo, por lo débil, por lo frágil, por cada uno de nosotros y nosotras. Y nos invita a creer que detrás de muchas vidas endurecidas y rotas hay “un niño perdido” a la espera de alguien que reconozca su presencia.

Elisa Mármol, mss

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