II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio: Jn 1, 29-34

Queridas hermanas, en este momento se me encomienda compartir con vosotras esta cita del evangelio de Juan y con mucho cariño os comparto lo que el Espíritu del Señor me invita a reflexionar e internalizar en mi vida, y agradezco a Dios que coincida en este tiempo de Gracia, que es tiempo de Navidad, con sencillez os lo comparto lo que el Señor me hace gustar en este tiempo.

En este relato del evangelio, Juan ante todo, lo que nos viene a contar es lo que “ha visto”, y no es un mirar de un curioso o chismoso sin sentido alguno, sino es un testimonio de aquel que sabiéndose desbordado en el llamamiento de Dios, sabe escuchar, sabe mirar, profundamente el corazón del Padre, para poder “testificar”, que Jesús es el Hijo de Dios, el Cordero.

Llama mucho la atención la verdad con que predica Juan, cuando con humildad dice: “yo no lo conocía”, pero Dios que me encomendó bautizar me dijo: Aquel en el que el Espíritu “baje y permanece” ese es el Hijo de Dios. Si bien el Espíritu de Dios se nos dio en nuestro bautismo, estamos llamadas a “permanecer” en Él, en su amor, en su llamado, en su misión a la vida, en su misión a liberar. Es humildad reconocernos “llamadas y enviadas”, a dar testimonio de aquel que nos ha amado. yoli-palabra

Juan al dar testimonio de quién es Jesús, a la misma vez sabe dar testimonio de sí mismo de quien es él y cuál ha sido su misión, sabe “reconocerse” en el Hijo, y sabe “situarse” el lugar que le pertenece. Pues no podemos explicar quiénes somos nosotros si no sabemos explicar quién es Jesús. Estamos llamadas a ser testimonios vivos de Jesús para que “el mundo lo conozca”, para que muchos crean en Él, para que cuantos lo conozcan por medio de nuestra vida, experimenten esperanza, amor, paz, en un mundo lleno de egoísmo, de individualismo; para sembrar hambre y sed de conocerlo y de comprometer su vida hasta las últimas consecuencias.

Que podamos renovar nuestra llamada cada día, eligiéndolo El en todo y siempre, viviéndonos alegremente, positivamente, agradecidamente, y con María podamos dar testimonio: “mi alma proclama al Señor la grandeza de su amor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, fijándose en mi pequeñez, me llamó”.

ORACIÓN:

Hemos de pedir conocimiento interno del Señor para conocerlo más y así poderlo amar más; para poder dar testimonio de Él y así mismo ser testimonios vivientes en nuestra sociedad, en la misión que nos encomienda y en concreto con las hermanas que a diario convivimos. Hemos de pedirle que nos haga encontrarlo en lo más ordinario y cotidiano de la vida, en lo más pequeño e insignificante como también en la alegría de tantos y tantas que habiéndolo encontrado lo comparten.

Yolanda Limachi, mss