DOMINGO I DE CUARESMA

Evangelio: Mt 4, 1-11

Cuando oramos este evangelio en lo primero que solemos pensar es en las tentaciones, sin embargo, de lo primero que se habla en él es de la DOCILIDAD: “Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”. Vivir en Gracia, dejando que el Espíritu de Dios nos desborde por dentro, implica dejarnos hacer, dejarnos llevar cómo, dónde y cuándo el Espíritu quiera… ¿encuentro esta docilidad en mi vida de cada día?

Las tentaciones que vive Jesús en el desierto me reconfortan, me animan y fortalecen porque me ayudan a darme cuenta una y otra vez de que la tentación como tal no es mala. Ser tentados es tener la oportunidad de fortalecer nuestra fe, de “agarrarnos” más a Cristo, de tomar conciencia de la pobreza de nuestro barro y las maravillas que Dios hace en él cuando le dejamos que tome las riendas de nuestra vida…

El diablo es listo, siempre busca el momento adecuado, cuando estamos más débiles y confundidos para darnos aquello que aparentemente necesitamos: “después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches…”

“Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes” ¿quién no ha sentido la tentación de dar “gusto” al cuerpo en aquello que nos pide y reclama? Y no es que sea algo “malo”; se trata de afinar en el amor y en la fidelidad al Señor… de no transformar el gozo por las cosas buenas que nos ofrece la vida en amor propio, en buscar nuestro propio beneficio… 20090301Se trata de ir más allá de las satisfacciones temporales que producen en nosotros las cosas buenas…

“Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras’”. Sin duda la admiración por parte de quien lo viera estaba asegurada. Tomar el camino más fácil esquivando la cruz no responde a la propuesta que Jesús nos hace a quienes le seguimos. En mi vida, qué camino elijo ¿el del triunfo humano o el de la humildad y la cruz? Elegir el segundo es, sin duda, vivir confiada en la Misericordia del Padre.

«Todo esto te daré, si te postras y me adoras». Tener el poder sobre el mundo, sobre aquellos que nos rodean… supone convertirse en el centro del universo, caer en la auto-referencialidad… ¿dónde queda Dios entonces?…
Afinemos nuestra relación con el Señor, seamos generosas con quien lo ha dado todo por nosotras… demos el paso a dejar que Dios deje de ser el centro de nuestra vida para convertirse en NUESTRA VIDA… Él es nuestro todo, bien supo vivirlo Mª Emilia.

Yolanda Delgado, mss
@Yoly_ds