IV DOMINGO DE ADVIENTO

Evangelio: Lc 1, 26-38

 

¡Hágase en mí, tú Palabra!, ¡Hágase en mí, tu Alegría!

“Alégrate llena de gracia”, “el Señor está contigo”, “no temas”, “has hallado gracia delante de Dios”. Son las primeras palabras que llaman mi atención, palabras con las cuales recibimos desde ya una anticipada alegría.

Todos somos invitados a que nuestra vida sea eso, “una alegría”, es decir el reconocer la grandeza de Dios, la confianza que él pone, su compañía y cercanía, una alegría donada más que conquistada.

La Palabra de Dios día con día es transmitida y en este pasaje ha sido enviada por un mensajero, por un Ángel llamado Gabriel, palabra que se ha hecho vida en un tiempo determinado, en un lugar específico y en una mujer llamada María.

Imagino la sorpresa de María ante estas palabras y cómo el Ángel continúa diciéndole: “No temas María”, ábrete a la sorpresa de Dios, ábrete a su Espíritu, has sido elegida para llevar a cabo la obra de Dios, y ya eres la llena de gracia, la llena de luz y esperanza, serás la Madre de Jesús y él será grande y reinará por todos los siglos, será adorado y glorificado, será el amor de Dios hecho carne entre los hombres y mujeres de la tierra.

“Yo me entrego a la voluntad de Dios, y mi ser entero se lo doy. Que vuestra voluntad se cumpla en mí, en ti confío. Jesús mío ayúdame”. Son las palabras que pronunció María Emilia Riquelme y con ello reconozco Señor las palabras que sigues sembrando en nuestros corazones, la obra que pones en nuestras manos día a día, y que recibimos en nuestras vidas para llevarla a cabo con alegría, en ti ponemos nuestra confianza para poder vencer todos nuestros miedos, que nada nos cierre a tu amor, somos portadoras y portadores de Jesús.

Acudamos a María para que por ella nosotros podamos realizar la obra de Dios y poder decirle:
“He aquí la esclava del Señor”, pues le pertenezco tan solo a él, “Hágase en mí según su palabra”, hágase en mí la alegría.”

Gaby Valle, mss