SAGRADA FAMILIA

Evangelio: Lc 2, 22-40

Jesús, como un niño más de tu tiempo, fuiste presentado en el Templo. María y José hicieron lo que tenían que hacer, según lo prescrito en la ley, como hubiese hecho cualquier familia. Desde el principio, siendo el Hijo de Dios, te hiciste pasar por uno de tantos. Pero, sin embargo, en medio de tanta sencillez, de tanta humildad, Simeón, lleno del Espíritu Santo, fue capaz de ver más allá de tu humanidad. Sí, Jesús, porque solo el Espíritu Santo nos hace ver y experimentar la Presencia de un Dios escondido en lo pequeño, en lo ordinario, en lo que aparentemente no cuenta. Solo el Espíritu Santo nos hace vislumbrar la Salvación cuando todo parece envuelto en “un mar de dolor y desolación”.

Eso es lo que experimento cada día, Jesús; te veo encarnado en tantos niños, veo cómo la espada del sufrimiento hace sangrar tantos corazones…pero…detrás de ese dolor, veo también cómo salvas, cómo consuelas, cómo fortaleces para seguir viviendo con la esperanza puesta en un Dios que nunca nos abandona. Veo cómo solo Tú eres capaz de hacer sonreir, a pesar de la miseria y la marginación. Más allá del sufrimiento, veo cómo tu luz ilumina los hogares de la gente sencilla, y despierta en ellos el deseo de abandonarse en Ti, de dejarlo todo a tus pies y confiar.

Hoy, sigues escondiéndote en ese pequeño pedazo de pan, La Eucaristía, que contiene en Sí toda tu grandeza, porque es tu mismo Cuerpo que nos alimenta y nos fortalece. Gracias Jesús, por llamarme e invitarme a vivir contigo, desde La Eucaristía, siendo tu Cuerpo y tu Sangre en medio de mis hermanos más pobres.

Ayúdame y enséñame a “ser profeta” de esa Salvación que nos ofreces a todos, sin distinción; ayúdame a alabarte y bendecirte en medio de las contradicciones. Que, como Tú, yo pueda crecer y fortalecerme, llenarme de tu Sabiduría, que va mucho más allá de la sabiduría humana, que es la Sabiduría del corazón, y no permitas que “eche en saco roto” la Gracia que cada día derramas sobre mí con tu Espíritu Santo. Amén.

Mapi, mss