XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio: Jn 6, 1-15

Dice el Evangelio que eran muchos los que seguían a Jesús, aunque sólo fuera por los milagros que hacía. Jesús se preocupa por el alimento de los que le siguen; sabe que nadie puede vivir sin comer. Y tomando los pocos panes y peces que tenían sus discípulos los multiplica para que la multitud que le seguía sacie su hambre. A Jesús le preocupa el hambre de los seres humanos porque quiere que tengamos vida. El signo de la multiplicación de los panes y los peces es como un anticipo del verdadero pan que sacia nuestra hambre profunda, el pan de la Eucaristía, Jesús mismo entregado por nosotros, vivo siempre entre nosotros.

Para realizar el milagro de la multiplicación, Jesús se sirve de los pocos panes y peces que tenían sus discípulos. A veces nos entristece pensar que lo que tenemos o lo que podemos hacer es tan poco que no vale para nada; y así es, si nos lo guardamos. Pero poniéndolo en las manos de Jesús se produce el milagro: lo poco que aportamos se transforma en mucho, capaz de ayudar a tantos hermanos nuestros necesitados. No es sólo el milagro de compartir, sino también el milagro de dejar que Jesús tome en sus manos los panes y peces que guardamos en nuestra cesta.

Es bueno ayudar a saciar el hambre de pan que aflige a muchas personas con escasos recursos, sin trabajo ni familia que las acoja; pero también hemos de procurar ese otro pan que puede saciar el hambre de Dios que, en mayor o menor medida, todos tenemos. Hablar con Jesús ante el Sagrario, entregarle nuestros panecillos y confiar. Hablar de Jesús ante los demás, compartiendo lo que tenemos y la fe que nos anima a seguir amando.

Martha Cecilia Betancourt, mel