COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO 10 DE FEBRERO DE 2019
LUCAS 5:1-11
El Evangelio de hoy nos traslada a un momento del inicio de la vida pública de Jesús, a orillas del lago, rodeado de una multitud que se agolpaba para escucharle. Sus palabras no dejaban indiferente pues por sus labios hablaba Dios. Sin duda, su mensaje y su presencia debían ser impactantes. En ese momento, para esas personas nada había más importante que estar allí, en la presencia de Jesús.
En la orilla dos barcas y junto a ellas los pescadores limpian las redes después de una dura noche de trabajo. Jesús sabía que no habían pescado nada. Subió a una de esas barcas, la de Simón, y no por casual elección sino porque tenía preparado para Él una gran misión, y pidiéndole que se alejara un poco de tierra continuó enseñando a la gente, les daba alimento espiritual.
Y es que es necesario poner un poco de distancia para poder ser visible a toda la multitud, para que su mensaje pueda llegar a todos aquellos hombres, ansiosos por escuchar y asimilar sus palabras. Qué importante es ir al encuentro de Jesús, detenerse, ampliar nuestra perspectiva, hacer una escucha activa de su mensaje y dejar que la Palabra de Dios llegue a nuestro corazón, lo llene y sea el impulso de nuestra vida. Salir de nuestra rutina, buscar a Jesús en el Altar, en su presencia física, vivo y real y dejar que su gracia nos inunde para hacer de nuestra vida sólo vida en Él. Escucharle, admirarle y bendecirle postrados ante ÉL con el corazón emocionado.
Jesús ya había entrado en la vida de Pedro, después de escucharle algo había cambiado en su interior, ya había sentido su llamada, por ese motivo y aún en contra de toda probabilidad y de toda lógica, decide hacerle caso, alejarse a lo incierto mar adentro y echar de nuevo las redes. Decide confiar en Jesús, abandonar su suerte al Maestro y dejarse llevar. La recompensa del Señor es grande, les da montones de peces a cambio de muy poco, pues Pedro sólo hizo con incredulidad lo que Él le dijo. ¿Es acaso merecedor de aquél impresionante regalo?. Su miseria y su conciencia de pecado le abordan. Su humildad y su pequeñez al reconocerse así es lo que ama de Él Jesús, y llenándole de su amor misericordioso le ofrece la misión para la que está llamado: ser para Él pescador de hombres y ayudarle a llevar las almas al Reino de Dios.
Cuántas veces nos sucede así, que en medio de nuestra miseria descubrimos que su grandeza viene a abrazarnos, nos sentimos seguros en su presencia y recobramos la calma en la zozobra de nuestro espíritu. Cuántas veces hemos sentido que Aquél que se ha subido a nuestra barca ha transformado en extraordinario lo ordinario, la rutina de nuestra vida. Y siendo así, ¿cómo guardar todo esto tan bueno sólo para nosotros?, la alegría de saber que Jesús me quiere para ser su amigo, para ser su discípulo y para llevar su amor, su mensaje y su presencia a todos los hombres es algo que debemos compartir. Jesús nos llama a la misión, sin fronteras, para hacer llegar a los hombres su Palabra y su amor.
Y aquellos pescadores, sacando sus barcas a tierra, dejaron todo y lo siguieron.
Yolanda Martínez Grupo MEL en formación – Madrid