II Domingo de Cuaresma
Lucas 9:28-36

Señor gracias por que hoy me permites ser Juan, (Santiago o Pedro), observador de todo lo que ocurre, uno de tus predilectos, lo sé, soy una mimada por Ti, como Juan lo era, y sin pedirlo, sin estar muy atento, recibe el don de presenciar tu transfiguración.

Que cada día me separe del ajetreo cotidiano, me retire a orar al monte, a ponerme ante tu presencia; sólo así podré contemplar tu rostro, tu corazón, tu ser entero en la Forma Sagrada, ellos vieron tu cuerpo glorioso, yo hoy te contemplo en la custodia… y como ellos, en ocasiones me quedo dormida, dormida por mis egoísmos, por mi falta de perseverancia, por mi falta de sensibilidad… pero tu “gloria” sigue existiendo, sigue ocurriendo, aunque yo esté dormida. Te pido el don de “despertar de repente”, para quitar de mi corazón toda venda que me impida ver que Tú eres Dios hecho hombre, que yo pueda decir “¡qué bueno quedarnos aquí!”, hasta el punto de no quererme ir ni por un instante, respetando tu presencia gloriosa, siendo consciente de tu resurrección… contemplar y adorar: adorarte Jesús, Tú que das tu vida por mí, por cada uno; pues no te transfiguraste ante un solo apóstol, estaban tres, en comunidad de hermanos; de igual forma te quedas en la Hostia Sagrada para todos, y te doy gracias porque todos juntos, en comunidad, te alabamos.

Pero el plan de Dios continua, no se detiene, Tú sabes más, y aunque te pidamos quedarnos, Tú buscas lo mejor para nosotros; aunque parezcan momentos de sombra, aunque nos encontremos ante situaciones que no controlamos… lo humano es “asustarse”, …si fuésemos conscientes que justo en esos momentos nos rodeas por todos los sitios, como las nubes que envolvieron a los apóstoles, tu cercanía nos abruma, nos sobrepasa.

No puedo quedarme sólo en la contemplación, mirándote, queriendo que se pare el tiempo… Dios Padre habla de forma contundente al corazón “Este es mi Hijo, el elegido, escuchadle”… Esta frase hace fortalecer la fe, ya no hay dudas ni temores, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres Dios… que cada día viva la certeza de Dios, unidad absoluta del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Abre Tú mis oídos para que escuche tu Palabra, para que me empape de ella, para que la ame, que amándola la ponga en práctica. Que sea como “la borriquita que brinca de gozo, ama a su Señor, después deposita la carga donde le mandan y contenta espera nuevas órdenes”. Que también yo de forma fiel cumpla lo que Tú me dices, que salga al encuentro del hermano, que baje del monte a la misión, una vez vivido el don de contemplarte glorioso.

“La luz te ilumina, te falta el valor… ¡adelante, y a seguir la inspiración! Despierta de una vez… no dormites, por amor de Dios”. (pp. 171, MER)

Nuria Molinero-Rosales, MEL