Evangelio de San Lucas 13, 1-9
El Evangelio de este Domingo es una llamada, como toda la Cuaresma, a la conversión, pero sin nunca perder de vista la Misericordia y la Cercanía del mismo Dios.
El Señor nos advierte por dos veces de que si no nos convertimos, pereceremos. ¿Qué perecer peor que la lejanía de Dios? Creer, convertirnos, no nos asegura una vida mejor, no implica más facilidades,… Convertirse, creer, es aceptar la Misericordia de un Dios que nos ama con locura. La vida, lo que nos acontece, será semejante a lo que sucede a otros, pero la fe en Dios nos hace vivirla con perspectiva, con otro horizonte, con la confianza de que Dios nos acompaña y nos ama, y ese es “nuestro Amén y nuestro Aleluya”.
Ante este Amor, no podemos sino ser agradecidos y responder con amor, con el servicio que el mismo Jesús nos enseñó y que, particularmente, visualizó en el lavatorio de los píes en la Última Cena. Esas son las obras que Él espera, pero que, como recalca al final del Evangelio de hoy, Él mismo velará por nosotros, Él será nuestro viñador que “nos cava y alimenta” para que así sea.
Ante este cercanía de Dios, que en la familia MISSAMI vivimos especialmente en la Adoración, no nos queda otra que anonadarnos y, como hace Moisés en la primera lectura, descalzarnos, porque estamos pisando terreno sagrado.
Dejemos que Dios haga en nosotros para que demos el fruto… siempre con los ojos fijos en Jesús.
David Ortiz R – MEL