Mateo 10,7-15 Jueves, 9 de Julio de 2020

 

Dijo el Señor a sus discípulos:

Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. «En la ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludadla. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros. Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies. Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad.

 

Narra la vida de San Francisco de Asís que al escuchar, en la eucaristía, la lectura de este pasaje evangélico, el 24 de Febrero del año 1209, entró luego en la sacristía a pedirle al sacerdote que se lo explicara un poco más, y cuando así el sacerdote le desgranó, nuevamente, el Evangelio, San Francisco de Asís se dijo para sí «¡ésto es lo que yo quiero, ésto es lo que yo busco, ésto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica!», al punto se quitó los zapatos, lanzó el bastón que llevaba en su mano, tomó una cuerda en vez del cinturón de cuero y se hizo un vestido de tela burda, grabando sobre él la señal de la cruz. También se esforzó en cumplir con el mayor esmero y con el más profundo respeto todo lo demás que había oído en aquella misa, pues -nos dice su biografía- “nunca fue oyente sordo del Evangelio sino que, confiando a su feliz memoria cuanto oía, procuraba cumplirlo a la letra sin tardanza(Vida Primera de San Francisco, Celano, 22; Leggenda Maiore, III,3-4).

Esta es sin duda la primera reacción de todos los que, habiendo encontrado al Señor, inmediatamente se han preguntado sobre la mejor forma de seguirle, por lo que éste pasaje del Evangelio siempre será el primer referente para comenzar a caminar en el Señor. Ninguna homilía, comentario, exégesis, ni siquiera estas palabras, podrán sustituir nunca las palabras del Señor pronunciadas sobre cada uno de nosotros y el efecto que causa, personalmente en nuestro corazón. María Emilia Riquelme en una de sus cartas dice a sus religiosas “ya lo creo que quiero se lean los Evangelios” (Roma, 25 de Enero de 1928), que puede parecernos extraño, pero no debemos olvidar que durante mucho tiempo los seglares, y más aún las mujeres, tuvieron muchas trabas para acercarse a la Palabra de Dios, hasta el Concilio Vaticano II no se animó abiertamente a los fieles a leer frecuentemente la Palabra de Dios, y esto fue en el año 1965, pensando en la fecha de 1928, nuestra madre -quizás por lo que acabamos de decir, ante el escrúpulo de alguna religiosa (incluso puede que regañada por algún confesor de la época)- al contrario, anima a sus hijas a leer directamente el Evangelio, sin trabas, porque de la misma manera sabía que, para mejor comentario y explicación, sus hijas tenían al mejor intérprete, el autor de las propias palabras, por eso dice también, animando a la adoración del Santísimo Sacramento “el mejor predicador es Jesús Sacramentado” (Mª Emilia Riquelme, Pensamientos, nº 111).

De este texto del Evangelio tomó San Francisco, de la misma manera, la inspiración para llamarse “hermanos menores”, al fin y al cabo no hay más pequeñez, ni minoridad, que depender de la providencia del Señor para lo que el mundo estima fundamental, es decir “la alforja, el dinero, el abrigo, el pan, el sustento”, en la “regla” podemos leer “y todos, sin excepción, sean llamados hermanos menores(Regla no bulada, VI, 3), una minoridad, una nada, fundada en la confianza en la Providencia, en la humildad y en el servicio “sean menores y súbditos de todos los que están en la misma casa” (Regla no bulada, VII, 2). Nuestra madre compartió estos aspectos de la minoridad franciscana: Providencia, humildad y servicio:

Yo querría se llamara nuestro Instituto “Congregación Última, Misioneras del no ser”, yo qué sé, dispensadme, digo bobadas, pero digo lo que siento… ¡Qué feliz si yo de verdad me creyera nada!» (Carta, 21 de Agosto de 1910).

De ello se desprende que, tanto San Francisco como la beata Mª Emilia Riquelme fueron carismáticos y proféticos en la escucha del evangelio, ambos ofrecieron a la Iglesia un carisma nuevo, una forma diferente de hacer Iglesia: El primero por medio de la pobreza ¡algo inaudito hasta la época! y la segunda ¡promoviendo la Adoración Eucarística y Perpetua!, sus respectivas familias nacieron de la nada de sus fundadores, sus hijos, e hijas, en ambos lados, saben que sólo pueden responder a esta vocación siendo pobres, humildes y sencillos.