Lucas 5,1-11 Jueves, 3 de Septiembre de 2020
Estaba el Señor a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echad vuestras redes para pescar”. Simón le respondió: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes”. Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres”. Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.»
Para quienes conocemos bien a las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada, sólo hay una expresión que nos suene más que “¡Alerta, centinela… centinela, alerta está!” (Apuntes biográficos, página 19) y es, precisamente, la que el Evangelio de hoy pone en boca del Señor hacia Pedro “Rema mar adentro” (Lucas 5,4). En efecto, no hay encuentro de jóvenes, vocacional o evento importante de la familia MISSAMI donde estas palabras del Señor “Rema mar adentro” no adquieran un gran protagonismo, y ello se debe a que están dichas, como todo el relato del Evangelio de hoy, en un contexto de vocación, llamada del Señor y nuestra pobre respuesta.
Pues no se trata de “una pesca milagrosa”, como en otros lugares del Evangelio (Juan 21,1-14), el relato que hoy nos ocupa sino el relato de una vocación. Porque no hay nada más arriesgado que “remar mar adentro”, sobre todo en el lago de Genesaret, porque a pesar de que los judíos declaran con orgullo que «el Dios santo y bendito creó siete mares, pero no se eligió ninguno de ellos, sino el mar de Genesaret» (“Pirké Eliezer”, cap. 18) , no deja de ser un gran lago de agua dulce, pero muy traicionero, en el que se pueden levantar tormentas y encrespar las olas sin avisar, lo que es tanto como decir que, cuando el Señor nos llama, debemos estar dispuestos a remar un poco más adentro, arriesgar un poco más, dar un paso más hacia adelante. Que se lo pregunten por ejemplo, a nuestra hermana Marian Macías ¡toda una Madre General! a quien sin duda, con los nuevos desafíos y responsabilidades de su cargo, no evitará esbozar una sonrisa inocente recordando sus propias palabras comentando este mismo Evangelio de hoy:
Yo como los discípulos, paso a veces la vida preocupada con mis redes, con la pesca, con los números, ¡con tantas cosas¡ y tú Jesús me haces una invitación a ir “mar adentro…más adentro”, necesito ir a la otra orilla que es en este momento de mi vida, pasar de mis cálculos a tu gratuidad, de mis fracasos a tu amor que desborda , a un éxito infinito, de mis miedos a la confianza plena en ti, porque tú siempre me superas. (Palabras de vida, 3 de Febrero de 2016).
El relato de la vocación de los primeros discípulos, en el Evangelio de Lucas, parece mucho más realista que en Mateo o Marcos, porque lo mismo que uno no se casa con el primero que “le jura amor eterno”, ni votamos al primer político que nos promete “el oro y el moro”, ni nos vamos por la calle detrás del primero que pasa, que eso sólo lo hacen los niños pequeños y los perros en su inocencia, -no nos engañemos- las personas no solemos ser tan crédulas, somos más desconfiadas para estos seguimientos radicales, por eso se hace raro, en Mateo o Marcos, que bastara una simple llamada del Señor para que Pedro, Andrés,, Santiago y Juan, “al punto, dejándolo todo, y las redes, y las barcas, y a sus padres, le siguieron” (Cfr. Mateo 4,20; Marcos 1,18), no podemos llegar a imaginar que bastaran el porte, la figura, la presencia y la mirada del Señor para conseguir este efecto en la gente, y no debía de ser por estas razones, porque -por ejemplo- no le sirvieron con el joven rico (Marcos 10,17-30). Lucas, por su parte, introduce toda la actividad del Señor en Cafarnaum (ciudad de pescadores, lugar de residencia de Pedro, Andrés, Juan y Santiago) predicando y sanando, incluida la suegra de Pedro (Lucas 4,31-44) antes de este relato de vocación. Es evidente que, llegados a este punto, todos ellos ya tienen inquietudes, conocen de la existencia y tarea del Señor, se habrán interrogado acerca de él, si será otro profeta, de dónde su autoridad y su palabra… es decir, ya tenían “el gusanillo de la vocación”, como acertadamente dice el Papa Benedicto XVI “nadie comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona (el Señor), que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Encíclica “Deus est Caritas”, Benedicto XVI, 25 de Diciembre de 2005), y esto es lo que sucede a los discípulos, esto es lo que nos sucede a todos nosotros, esto es en suma, la experiencia de toda vocación, no en vano dice esa canción que todos conocemos “es imposible conocerte y no amarte… es imposible amarte y no seguirte” (Canción “Me has seducido Señor”, Kairoi, Album “Jesús de Nazaret”, año 1992).
La reacción de Pedro tampoco es ajena a todos los que, de una forma u otra, hemos experimentado este itinerario vocacional, sea cual fuere, y nos hemos hecho conscientes de la llamada y la presencia del Señor en nuestras vidas “aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (Lucas 5,8), no se trata de una indignidad mal entendida, ni la criatura que se deshace en presencia de su creador, es más bien la sorpresa de que el Señor se fije en nosotros, ejemplos tenemos muchos, le pasó al centurión pagano “Señor, no soy digno de que entres en mi casa” (Mateo 8,8), o al padre de Juan Bautista, Zacarías, al descubrir que el Señor había escuchado su oración por un hijo “y se asustó Zacarías al verle” (Lucas 1,12), los pastores al verse sorprendidos por ser escogidos como mensajeros de su nacimiento (Lucas 2,9) o la pobre viuda de Sarepta, sorprendida de que un hombre de Dios, el profeta Elías, se alojara en su pobre casa (1 Reyes 17,18), no podemos concebir que el Señor, en su infinita misericordia y todo poder, tenga ni tiempo, ni ojos, ni atención que prestarnos a nosotros, porque seguramente hay, por ahí fuera, alguien más bueno, más santo y mejor que nosotros, pero como “el amor tiene razones, que la razón no tiene”, de ahí viene esta sorpresa, el Señor ha querido, de entre todos, fijarse en Pedro, o en Andrés, o en Santiago, o en Juan, o en ti, o en mí, o en nosotros, volviendo a la canción “Señor, bien sabes que soy pobre y soy débil ¿por qué te has fijado en mí?” (Canción “Me has seducido Señor”, Kairoi, Album “Jesús de Nazaret”, año 1992). Ante el amor con mayúsculas nadie se siente preparado, ni merecedor, le sucedió a Pedro, le sucedió a Marian Macias, profetizando su propio generalato “porque el Señor siempre me supera, pasar de mi tacañería a su generosidad” (Palabras de vida, 3 de Febrero de 2016), y le sucedió a la propia María Emilia Riquelme, que ante este mismo asombro se define a sí misma como “ruín esclava” no sin dejarnos por ello, todo un canto de amor en respuesta al amor:
Yo, vuestra ruin esclava, juro por Vos, mi Dios y mi Señor, que os amo con todo mi corazón, que os prefiero y os preferiré sin comparación a cualquier otro amor por puro, grande y santo que sea, que prefiero perder mi vida mil veces, antes que perder un átomo de vuestro amor a mí, de mí a Vos, mi Dios y mi Señor, que sólo deseo amaros más, muy más. (Pensamientos, nº 11).
La vocación de Pedro, la de todos nosotros, es para prolongar en nosotros la obra y la tarea del Señor, y en este punto tenemos que hacer la última reflexión, de carácter lingüístico, para comprenderlo mejor. El Señor le dice a Pedro “serás pescador de hombres” (Lucas 5,10), la expresión griega del original dice “ἀνθρώπους ἔσῃ ζωγρῶν” que se traduce literalmente como “capturador de hombres”, porque el verbo utilizado en este caso es “ζωγρῶν” que se diferencia del verbo “pescar” propiamente dicho “ἁλιεύειν” en que la captura que se hace es para que permanezca con vida, pues eso significa “ζωγρῶν”, “capturar con vida” (contra “ἁλιεύειν”, pescar en sentido general, pues todos sabemos que un pez pescado en cuanto se saca del agua muere) con ello Lucas, que es el gran evangelista de la misericordia del Señor, como elemento central de su Evangelio, nos está indicando que la actividad vocacional, evangelizadora y misionera que hemos de llevar a cabo, ha der ser como la del Señor: Atraer a los hombres al Señor para que tengan vida “he venido para que viváis y viváis en abundancia” (Cfr. Juan 10,10), es decir, de forma acogedora, comprensiva, amable, misericordiosa, sin juzgar, sanando, curando, acompañando, perdonado, restaurando… Así es como pescamos los discípulos del Señor, promoviendo la vida, la dignidad y la integridad de las personas a las que nosotros nos acercamos para presentarles el mensaje, las palabras y la vida del Señor. Sigamos, por tanto, remando mar adentro “dejando las cosas de la tierra, y que ande nuestra navecilla en este hermoso puerto de la vida” (Cfr. Pensamientos, nº 321).