Lucas 6,27-38 Jueves, 10 de Septiembre de 2020
En aquel tiempo dijo el Señor a sus discípulos: “Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá”.
¡Vaya por Dios, hoy no toca parábola! ¡Con lo sencillas que son de comentar, que cada cual saca sus propias conclusiones…! Hoy toca “evangelio puro y duro”, del que no nos gusta escuchar, porque nos sabemos bien lejos de él, de los textos que pasamos de puntillas, o espurgamos de la parte que no nos gusta, por exigente. De San Francisco de Asís, por ejemplo, sus biógrafos dicen “nunca fue oyente sordo del Evangelio sino que, confiando a su feliz memoria cuanto oía, procuraba cumplirlo a la letra sin tardanza” (San Francisco de Asís, “Vita prima”, Celano, Cap. 22) y este texto no iba a ser excepción, en los escritos de San Francisco aparecen citados expresamente los siguientes versículos del Evangelio de hoy “amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen” (Lucas 6,26 – “II Carta a los fieles”, San Francisco, nº 37), “A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames” (Lucas 6,30 – “Regla no bulada”, San Francisco, Cap. XIV) y “perdonad y seréis perdonados” (Lucas 6,37 – “Regla bulada”, San Francisco, Cap. XXI). Y aunque sea un texto duro, otro que se dedicó a confeccionarse un evangelio a su medida, mediante la técnica de ir recortando de un evangelio los versículos que le interesaban para pegarlos en un libro blanco, confeccionando así un “evangelio según Jesucristo” a su medida, fue el presidente norteamericano Thomas Jefferson (Shadwell 1743 – Charlottesville 1826) (aunque él eliminó de su versión, la concepción virginal, los ángeles, las locuciones de Dios y todos los milagros, para quedarse sólo con un Jesús humano y pragmático), aunque este fue uno de los pasajes que mantuvo en su versión recortada, al menos humanamente él también entendía que todo lo aquí dicho es humano y razonable. La propia María Emilia estructurando las intenciones de oración de un mes, por carta, a sus religiosas, les dice igualmente que “el primer día sea por nuestros enemigos” (Carta, Barcelona, 22 de Enero de 1902).
Pero qué difícil que se nos hace, no nos gustan las listas de mandamientos porque nos obligan a confrontarlas con nuestra coherencia, y aquí tenemos una lista que echa para atrás, a saber: Amar a los enemigos (que se traduce en hacerles el bien, bendecirlos y rezar por ellos) y dar sin medida (lo que vale para el dar, para el que nos quita, y el que nos pida prestado) y todo ello encima, sin esperar contraprestación por ello.
En todo este elenco lo que más nos repugna es lo de nuestros enemigos, y por añadidura lo de perdonar, el mismo Pedro intentó demostrarle al Señor cuán difícil es ésto cuando le dijo aquello, más o menos “bueno, perdono siete veces y luego ya mando a freír puñetas a esa persona” (Cfr. Mateo 18,21) y el Señor le dijo que no, que se perdona “setenta veces siete” (Mateo 18,22), que es como decir, en la numerología judía (donde el siete es la perfección), “¡No te equivoques Pedro, se perdona siempre y bien!”. Muchos de nosotros pensamos que, de esta manera, siendo tan condescendientes con nuestros enemigos, se van a aprovechar siempre de nosotros para hacernos daño, y que vamos a pasar por tontos (el célebre refrán de mi madre que nos decía de pequeños, para advertirnos de ello “el Señor dijo que fuéramos hermanos, no primos”), pero es que aquí se encuentra la clave por excelencia del amor, que es la Cruz ¡no olvidemos nunca la Cruz!, por eso San Pablo nos recuerda que es verdad este sentimiento de sentirnos como tontos, “pasamos por tontos a causa de Cristo” (1 Corintios 4,10), pero es que el amor de Cristo en la Cruz es lo que tiene “necedad para los griegos, escándalo para los judíos” (1 Corintios 1,23), me gusta más como expresa esta misma idea nuestra madre “somos siervas de un Dios crucificado (…) y sabemos que el padecer es nuestra herencia” (Pensamientos, nº 127), y añade San Pablo también que “el amor cristiano, la caridad, todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, soporta todo, no se acaba” (1 Corintios 13,7-8). Y este “todo” quiere decir “todo”, sin excusas, sin justificaciones, sin repugnancias ni respetos humanos, de esta manera cuando nuestros enemigos, en el mejor de los casos, nos critiquen, nos agobien, nos insulten, nos falten al honor y al respeto, nos acosen… y en el peor de los casos nos agredan físicamente, nos persigan, nos denuncien, encarcelen o nos maten… entonces comencemos a pensar si ya hemos soportado bastante por amor… Inmediatamente, nos daremos cuenta de que todo eso se queda en nada frente a todo lo que el mismo Señor tuvo que sufrir por nosotros. Todo lo que podamos sufrir y padecer por este mandato de amar a nuestros enemigos no es nada en comparación con el amor que Dios ha tenido con nosotros “Dios al mundo amó, a su hijo dio, para que todo aquél, que crea en él, no se pierda y tenga vida eterna en él” (Cfr. Juan 3,16), asumiendo este pensamiento sólo cabe una actitud, María Emilia nos la resume con su capacidad de síntesis de siempre “sufrir cuanto venga, callar cuanto puedas y amar a Dios sin medida” (Pensamientos, nº 305) Aparte de ser fieles a las palabras del Señor, lo mejor que podemos conseguir con esta actitud es que nuestros propios enemigos se pregunten por ella, y gracias a ello, ellos también descubran al Señor que nos motiva, y ellos también se conviertan, ha sucedido muchas veces en la historia de las persecuciones que terribles asesinos, carceleros y verdugos se han convertido ante el testimonio ejemplar de aquellos a los que mataban, encarcelaban y perseguían, María Emilia Riquelme también tuvo esta misma experiencia “todos los que nos han hecho sufrir vienen alegres a felicitarnos y los enemigos de antes ahora son íntimos amigos” (Carta, Granada, 7 de Septiembre de 1913).
La segunda cosa que nos pide hoy el Señor es dar sin medida, sin esperar contraprestación, ya sea en darle al que nos pida, que alguien coja algo nuestro o prestar a quien nos pide, aún sabiendo que no podrá devolverlo. Esto es algo que, en términos de caridad, ya nos cuesta un poco menos, todos damos y colaboramos, con los pobres y los necesitados en la medida de nuestras posibilidades, todo el mundo tiene empatía con los necesitados, aún no siendo creyente, ante grandes emergencias, todo el mundo responde y se rasca el bolsillo. Lo importante es que lo hagamos por la necesidad, por la empatía, por la caridad, no por nuestro orgullo interno de decir “¡qué bueno soy!”, y ya puestos, no sólo lo que podamos, sino también un poco más.
En este punto, quiero llamar la atención sobre algo, en el Evangelio de hoy, leemos “haced el bien y prestad, sin esperar nada a cambio” (Lucas 6,35), es lo que acabamos de decir ahora mismo, no obstante, la “Biblia de Jerusalén”, en nota a este versículo aclara “texto de difícil traducción “μηδὲν ἀπελπίζοντες” (“sin esperar nada a cambio”) en el literal griego parece decir más bien, “sin desesperar a nadie, o sin desesperar de nada” (“Biblia de Jerusalén”, Descleè de Brouwer, Año 2009, pág. 1502) ¿Y por qué me fijo, una vez más, en un detalle textual? Porque nos sucede, muchas veces, que cuando alguien viene a contarnos una necesidad de tipo material, la que sea, aunque tengamos la voluntad de dar, prestar y ayudar en lo que podamos, o incluso ayudar en más de lo que podamos, muchas veces nos sucede que, pese a todos esos buenos sentimientos, no hay modo económico o material de ayudar… ¡Vamos que no hay ni forma, ni modo de ayudar! En estos casos suceden dos cosas: La persona que ha recurrido a nosotros se va más angustiada al no obtener la ayuda que necesitaba (quizás nosotros éramos su último recurso), eso sin contar ¡nunca lo olvidemos! la vergüenza que pasa el que pide limosna, si la necesita de verdad “he estado en Madrid dos días para pedir a mi familia para la obra. Les he pedido claramente y nada me han dado, promesas para después de muertos y… nada más” (Carta, Granada, 6 de Marzo de 1903) y nosotros nos quedamos con un profundo cargo de conciencia por no haberla podido ayudar. La mejor manera de evitar esto es fijarnos en la traducción que hace, de este mismo versículo, la Peshitta (que es como se llama a la antigua traducción de la Biblia en siríaco, en torno al Siglo V), que por su parte traduce “haced el bien y prestad y no apaguéis la esperanza de nadie” (Lucas 6,35) ¡Qué belleza! ¿Se entiende mejor así? Aunque no pudiéramos, en un momento dado, ayudar económica o materialmente a alguien, al menos, mientras tanto, ofrezcámosle esperanza, porque aún sin solución, la esperanza da nuevas oportunidades al problema, a nosotros nos compromete a seguir buscando soluciones, sin sentimiento de culpa, y a la persona que no pudimos ayudar, la mantiene al menos esperanzada, en vez de caer en la desesperación y en otra preocupación mayor. A modo de tierna anécdota, en sus comienzos, las religiosas son tan pobres que ¡ni cruces pectorales tenían para que se les entregaran a las profesas!, en este apuro no cabe más que lo que hemos indicado, que se las presten las religiosas ya profesas a las que están por profesar, mientras se resuelve el apuro “yo compraré aquí las cruces y en ésa -la profesión- prestádselas las profesas” (Carta, Madrid, 10 de Diciembre de 1913).