Mateo 4,12-17.25 Jueves, 7 de Enero de 2021

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curaba. Y le seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Trasjordania.

Primer Evangelio del día que comentamos en el nuevo año, justo también después de la festividad de la Epifanía del Señor, y debería agradarnos esta coincidencia ya que, el Evangelio de hoy, lo mismo nos vale como propósito de año nuevo, como de deseo en nuestra carta a los Reyes Magos.

En efecto, Mateo nos presenta en el Evangelio de hoy un resumen de toda la actividad del Señor “comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curaba” (Mateo 4,23-24), resumen que repetirá un poco más adelante, en su mismo relato, de forma aún más resumida si cabe “Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando todo enfermedad y toda dolencia” (Mateo 9,35), también el bueno de Pedro, en ausencia ya del Señor, predicó resumiendo la vida del Señor de la siguiente manera “Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo” (Hechos 10,38).

De esta manera, como propósito para el año nuevo, bien podríamos colocarnos en el centro de este Evangelio. Sí, habéis leído bien, colocarnos nosotros en el centro de este Evangelio, como los destinatarios de toda esta obra buena, como la describe Pedro, del Señor: Que seamos nosotros los destinatarios de su Palabra, de su predicación; que seamos nosotros los que “nos convirtamos porque se acerca el reino de los cielos” y que seamos nosotros los que nos dejemos sanar por el Señor de todas nuestras dolencias, físicas, mentales, y espirituales, porque todos estamos necesitados de sanación, de una u otra manera, en tanto en cuanto, compartimos la naturaleza herida por el pecado, y el pecado siempre deja cicatrices en nosotros.

Precisamente, hubo un cristiano desconocido, del Siglo VI, en la localidad egipcia de Oxirrinco, que quizás tuvo este mismo propósito, colocarse en el centro de la actividad del Señor, por eso tuvo la ocurrencia de copiar el texto del Evangelio de hoy (Mateo 4, 23-24) en un trozo de pergamino (Papiro Oxirrinco, 1077), lo encabezó con estas sugerentes palabras a modo de título “Iamartikwn Euaggelio kata Matqai” (en griego “Evangelio sanador de Mateo”), posteriormente hizo unos cortes decorativos en el pergamino, y copió el texto disponiendo las letras en forma de cruces (quizás por aquella otra referencia de la escritura “sus heridas nos han sanado(Isaías 53,5)) y luego, seguramente, lo dobló lo más pequeño que pudo para llevarlo siempre encima, a modo de amuleto piadoso. Pero lo más interesante es que el piadoso egipcio cristiano que esto hizo tuvo además la intuición de dibujarse a sí mismo en el centro del texto:

Con este curioso retrato, el portador, quiso ponerse en el centro de la actividad sanadora del Señor, ni qué decir tiene el amor por la Palabra que manifiesta el trabajo de copiar el texto, y portarlo consigo a modo de devota protección. Como siempre decimos, conmueve comprobar que, desde este hermano nuestro, pues lo somos, todos nosotros por el bautismo, en el Siglo VI hasta el Siglo XXI, en el que nos encontramos nosotros mismos, seguimos invocando la Palabra del Señor sobre nosotros, seguimos implorando al Señor que se apiade “de todas nuestras enfermedades y dolencias, y las sane”.

Así, este año que comienza, tengamos nosotros esta misma piadosa consideración de “colocarnos en el centro”: Que cada vez que escuchemos al Señor en su Palabra, sea en la proclamación en la Eucaristía, o en nuestra lectura orante personal, nos situemos entre la audiencia del Señor, y nos sintamos como todas esas “multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Trasjordania” (Mateo 4,25) que recorrían todas esas distancias sólo para escuchar su palabra, fuera sentados en el suelo, caminando junto a él “acompaña mucho a Nuestro Señor; esto sí que vale” (Pensamientos, nº 87), siguiéndoles en una barca, o repartidos por el monte, María Emilia Riquelme así lo quiere también para sus religiosas cuando les dice “por supuesto que quiero que se lean los santos evangelios” (Carta, Roma, 25 de Enero de 1928); que hagamos nuestras las palabras del Señor “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré(Mateo 11,28) para no dejar, ni un sólo día, de ponernos en su presencia, para que imponga sus manos sobre nosotros y nos bendiga (Marcos 10,16) también María Emilia Riquelme lo pide para ella y sus hijas “bendice a tus hijas; sean más fecundas en santidad y amor a ti que en bienes terrenos” (Pensamientos, nº 95), para que sane nuestras cegueras, nuestras sorderas, nuestras torpezas, en suma, para que “siga pasando haciendo el bien” esta vez entre nosotros.

Hay un canto de la Renovación Carismática Católica italiana que, en cada una de sus estrofas, pide al Señor siga realizando en nosotros lo que fue su ministerio en su vida pública, y le pide “passa e perdona come in Galilea” (que nos perdone, es decir, que nos salve y nos redima), “passa e guarisci come in Galilea” (que nos sane, donde “guarire” se refiere a sanar de todas las enfermedades físicas, del cuerpo) y finalmente “passa e libera come in Galilea” (donde la liberación es la sanación de nuestras heridas internas, traumas, ataduras, heridas espirituales, dependencias). Pues que ese sea nuestro “ponernos en el centro”, que el Señor nos sane, nos perdone y nos libere.