“A los pobres los tendréis siempre con vosotros” Mt 26,11

En las calles podemos tocar el Cielo

Marzo de 2020… el mundo se detuvo en un segundo, la ciudad de Manila en Filipinas tampoco fue la excepción, con  una población de 14.158.573  de habitantes,  la ciudad se quedó en silencio,  y los que hacen de  las calles de la ciudad  su hogar, también  tuvieron que huir lejos, pues la pandemia del covid 19 llegó con fuerza y se llevó  sus sueños.

Así entre los muros de la ciudad cobijada bajo el manto del Santo Niño y la Virgen María al lado del convento de los Padre Agustinos vivía Lola Alice  (lola, abuela en tagalog) la calle fue su casa y su cama un tricycle ( medio de transporte común en Filipinas)  sus huesos se podían contar, pero estaba alegre y agradecida, vivía con su hija Ruby, su bisnieta Ashley y su hijo Ferdinand a quien la cabeza no le funciona bien y Ella como buena madre quiso estar a su lado. A su bisnieta Ashley de ocho años   los postes de la luz le sirven de escritorio para aprender a leer y a escribir y detrás de ellos mismos se ducha y se viste. En la pequeña acera Lola Alice encendía el fuego tanto en los días calurosos como en las noches de fuerte tifón, allí cocinaba los noodles y bigas  (fideos y arroz) y sentados en la acera se los comían  juntos como la mejor comida  servida en la sala de una gran casa.

A Lola Alice ya no la pudimos volver a ver como tampoco a su hija y a su bisnieta, el fantasma de la soledad se había apoderado de su cocina, de su cama en plena calle y hasta de sus deseos: vender un poco de chuches (cigarrillos, dulces, bombones ,etc.) para tener bigas, noodles, un poco de agua y sus galletas preferidas.

Pasaron los meses… uno tras otro, en los días en que  la ciudad se abría tímidamente la hermana  Luz Elena y yo caminábamos por las calles como  haciendo una pequeña procesión entre el sonido del silencio y la sombra del miedo, desgranando avemarías en Inglés, español y tagalog con nuestros rosarios enclavados en los dedos, como un suspiro al Cielo, como un clamor a  la Madre, a Ella  a la Virgen bendita que todo lo puede   por  el fin de la pandemia, por los que se fueron  y no volvieron de un lado y de otro, del mundo entero por los que el hospital los alejó de su familia y por los niños que no entienden de este encierro. Durante estos días Lola Alice volvía a dormir en el  tricycle detrás de los muros del convento, cuando podíamos le llevábamos un poco de comida,  de ropa, hablábamos  y nos interesábamos  por Ella y su  familia,  siempre agradecía lo que le dábamos, nunca se quejó,  estaba agradecida con Dios y a Él se  encomendaba  con mucha fe y devoción, su sonrisa se marcaba en su rostro curtido por el sol.

Pero de nuevo  el virus feroz nos encerraba, las calles volvían a quedar vacías, y de los pobres no sabíamos nada, así pasaron muchos, muchos  meses y  cuando de nuevo se nos permitió  salir para comprar sólo comida la hermana Luz Elena  caminando por el barangay (barrio) vio a Lola Alice acostada en el triciclo, preguntó que le pasaba y ya no podía caminar, estaba enferma, desnutrida, con pañales y algunas medicinas, su hija y su bisnieta Ashley  la cuidaban, en otra calle, cerca de una alcantarilla donde  el fétido olor impedía poder  hasta respirar.  Al día siguiente la fuimos a ver y le llevamos  dinero para que comprara medicinas, estaba sonriente, tenía mucha fiebre, sus pies hinchados y agotada sin poder casi ni hablar,  su cuerpo estaba acostado sobre una tabla casi rota pero se incorporó agradeció la ayuda, tocamos sus pies, sus manos, no sabíamos que enfermedad tenía, no sabíamos si tenía el covid,  pero las dos no pensamos en que nos podíamos contagiar, después de haberla abrazado caímos en la cuenta; pero no teníamos miedo, Lola Alice se había quedado feliz, su rostro reflejaba mucha paz, pedimos   ver la formula médica  y su hija nos la mostró sólo tenía recomendado  por el médico tomar vitaminas; pero Lola Alice tenía mucha fiebre y una infección urinaria que debilitó su vida  muy rápidamente.

Volvimos a casa con la intención de llevarles algunos alimentos en cuanto pudiéramos salir nuevamente a comprar, pero a la semana siguiente nos enteramos de que Lola Alice había muerto acostada en el  tricycle, en la calle, cerca de una alcantarilla al lado de  su hija Ruby y de su nieta Ashley  porque tenía mucho miedo de morir sola,  tenía el Santo Rosario colgado en su tricycle y pidió   que le llevaran al sacerdote para confesarse, pero el convento  de los padres Agustinos estaba cerrado por causa de la pandemia y no hubo quien pudiera prestarle este servicio en el momento de su muerte, su hija y familiares se quedaron tristes  porque no pudo recibir el sacramento y hasta piensan que no ha llegado al Cielo; los vecinos  y amigos de la calle se quedaron  conmovidos por su muerte a los 65 años y no era para más porque su cuerpo se había  hecho  en la calle y era tan fuerte que parecía un árbol con sus raíces incrustadas en sus propias ramas.  Ferdinand su hijo sigue en la misma acera detrás de los muros del convento, se pasa el día escribiendo, ordenando la calle y hablando solo, Ruby y Ashley se han ido a otra calle, pero en estos días después de un mes de que Lola Alice muriera  volvieron al lugar donde fue su casa por mucho tiempo, Ruby encontró allí a su hermano sentado, escribiendo frases inconclusas  y hablando solo, Ashley no habla, no mira, no levanta la cabeza, ya no escribe en los postes sus tareas de la escuela, Lola Alice se murió y con Ella se murieron los sueños de Ruby, Ashley y Ferdinand.

En estos días le llevamos algo de  comida a Ferdinand, admiramos sus escritos y nos  agradeció  con una sonrisa como su madre; Ruby nos ha dicho que no los abandonemos que se siente sola y desamparada y muy triste por la muerte de su madre. Le llevamos alimentos enlatados y arroz y los recibió con mucha alegría.

El domingo 17 de octubre fueron los 40 días de la muerte de Lola Alice, tiempo en el que culturalmente en Filipinas se cree que tardan los muertos en ir al Cielo, ese día Ruby y otros familiares fueron en la mañana al cementerio y en la noche la hermana Lourdes, Mapi y yo fuimos a la calle donde murió Lola Alice, rezamos allí al lado del tricycle, como es costumbre pusieron lo que a Ella le gustaba comer, sus galletas de chocolate, tres cigarrillos y agua, encendimos una vela y rezamos las oraciones de los difuntos en tagalog, su hija y algunos familiares agradecieron mucho nuestra presencia y oración.

Esto es lo que hemos visto y oído, una realidad que se esconde a nuestros ojos, a los ojos de muchos pero que es más real que nuestra misma vida… el clamor de los pobres, el clamor de los preferidos de Dios… de los últimos… de ellos es el Reino de los cielos y los misioneros no tenemos duda alguna, en las calles podemos tocar el cielo.

 

 Liliam María Taborda Viana

Misionera del Santísimo Sacramento y Maria Inmaculada

Comunidad de Manila