Leemos el evangelio de hoy con la beata Mª Emilia Riquelme
Lucas 6,12-19 Jueves, 28 de Octubre de 2021
En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Zelota, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Bajó del monte con ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.
El Evangelio de hoy nos invita a descubrir la “vocación de los doce apóstoles” y descubrir que es un hecho que el Señor se toma con mucha importancia. La narración nos dice expresamente que el Señor “subió a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios”. La elección de los doce es fruto de esta larga vigilia nocturna: No se trató de una elección arbitraria o espontánea, sino que fue un acto nacido de una reflexión y discernimiento orante.
No obstante, pese a lo anterior, cuando comparamos la elección que hizo el Señor con la ventaja de saber cómo se desenvolvieron posteriormente los acontecimientos podríamos preguntarnos “¿pero es que nadie hizo una entrevista de trabajo a los candidatos?”, o peor aún… ¡pues no parece que al Señor orar toda la noche le ayudara a discernir las mejores personas!
Porque si nos fijamos en los nombres, y en algunos de sus comportamientos ¡menudo ramillete de prendas, lo mejor de cada casa! Pedro, que en el peor de los momentos niega haberle conocido “lo negó con juramento: ¡Yo no conozco a ese hombre!” (Mateo 26,72); Andrés, su hermano; Santiago y Juan, a los que el Señor puso de nombre “los hijos del trueno” quienes consideraban que la mejor manera de enfrentarse a los adversarios es ¡cargándoselos! “¿ordenemos que baje fuego del cielo y los consuma?” (Lucas 9,24) y que se hacen un corrillo con el Señor, para que los enchufe en los mejores puestos “concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda” (Marcos 10,38); Felipe, Bartolomé, que es un erudito, estudioso de la Toráh, y cuya primera reacción al conocer al Señor es de desdén “¿de Nazaret puede salir algo bueno?” (Juan 1,46); Mateo era publicano, una de las profesiones más denigradas en aquella época, ser publicano era ser ladrón y traidor, por recaudar los impuestos a los romanos, los rabinos solían decir que “preferían un hijo muero, a un hijo publicano”; Tomás, que duda de la resurrección misma del Señor (Juan 20,25); Santiago Alfeo; Simón, apodado “el Zelota” que no olvidemos que los zelotes eran los terroristas de aquella época, los secuestros, pequeños atentados y actos de sabotaje, y algún asesinato, eran su forma de actuar contra la Roma ocupadora; Judas el de Santiago y Judas Iscariote, finalmente el que le traicionó, no por decepción, no por desencanto, no por ideología… sino por algo tan viejo como ¡simplemente dinero! “ellos se ajustaron en treinta monedas de plata” (Mateo 26,15).
Viendo semejante plantel… Podríamos legítimamente preguntarnos ¿Qué discernió el Señor en ese tiempo de oración aquella noche? ¿Qué pensaría el Señor? ¿Sabía realmente quiénes eran estas personas? ¿No podría haber visto un poco mejor sus obvios defectos? Evidentemente, acostumbrados como estamos, con nuestra visión de empleadores, o empleados, que todos hemos pasado por procesos de selección de personal, entrevistas y recursos humanos, miramos al Señor, a punto de comenzar su delicada tarea y nos dan ganas de preguntarle “¿pero es que nadie hizo una entrevista de trabajo a los candidatos?” Podría parecer que, en este sentido, María Emilia Riquelme tenía criterios de Recursos Humanos un poco más estrictos que los del Señor, pues ella solía decir que prefería que “las religiosas fueran poquitas pero buenas” (Cartas, Barcelona, 19 de Febrero de 1909) aunque pese a tan loables criterios, tampoco es que a ella le fuera mejor que al Señor con los discípulos, se alegra con las primeras vocaciones “ya tenemos en casa a la primera catalana, parece buena y útil” que como todas, han de probarse “ya veremos luego” (Cartas, Barcelona, 30 de Octubre de 1900), “entró una señorita, sencilla y buena, la llamamos Mari Paz” (Cartas, Granada, 7 de Octubre de 1901), “entró una excelente hermanita, la llamaremos Rosa”, que también tuvo ella decepciones con sus vocaciones, pues añade, con su gracejo de siempre “esperemos que no salga como la otra Rosa” (Cartas, Barcelona, 25 de Agosto de 1905) e incluso, traiciones desde dentro, con motivo de una serie de calumnias que se lanzan contra la Congregación, se ordena una inspección canónica, y algunas religiosas desleales creen que es el momento de echar a María Emilia y hacerse con las riendas de la Congregación, Madre Amada Arderiu lo recuerda parafraseando palabras de María Emilia…
A algunas hermanitas de obediencia, rudas e ignorantes, les dijeron que serían superioras ¡pobres infelices! Se dejaron seducir, creo no es que declararan nada malo, ni deshonroso, pero sí que, no estando animadas por ningún espíritu de Dios, creyeron que era preciso echarme, y tan hábilmente estaba trazado el plan que, al ir yo a Granada, una se atrevió a declarar que me podía ir de aquella casa (“Historia General de la Congregación”, Madre Amada Arderiu, página 49).
… y es que, de la misma manera en que “el trigo y la cizaña crecen juntos” (Mateo 13,24-52) lo mismo sucede en cualquier comunidad en la que haya varias personas, que todos somos de nuestro padre y de nuestra madre, o si lo preferís “cada uno somos cada uno con nuestras cadaunadas”, y María Emilia también tuvo que lidiar con ello, aunque tiene una cosa clara “qué reliquia más grande que un Sagrario o una Custodia donde día y noche está nuestro Señor adorado sólo por unas poquitas mujeres, aunque no muy perfectas” (Cartas, Roma, 14 de Junio de 1908).
Sin embargo, lo que realmente nos asombra, después de todo, es que todos éstos “tan aparentemente mal elegidos” se arrepintieron, cambiaron, se transformaron, se convirtieron en eficaces anunciadores del Señor resucitado y testificaron de su verdad con la entrega de sus vidas…. Al final este grupito de personas ¡no fueron malas elecciones después de todo!
Como sucede muchas veces, quizás debamos admitir que el Señor tuvo una visión mucho más profunda de lo que suele ser la nuestra, o nuestros juicios superficiales, a la hora de valorar a las personas; lo mismo le sucede a María Emilia Riquelme, ella conoce a sus hijas, sabe de lo bueno y malo de cada una de ellas “recuerdo vuestros caracteres, y pienso en lo que yo misma soy, y ¿sabéis hijas lo que saco en claro? Lo que yo os diga, que con humildad todo se arregla” (Cartas, Madrid, 27 de Septiembre de 1920). Otra cosa que nos suele pasar, a muchos de nosotros, puede ser, de vez en cuando, que cuando nos miramos a nosotros mismos o a otras personas, llamadas también por el Señor, tendemos a hacernos la misma pregunta “Señor… ¿por qué yo? ¿por qué te has fijado en mí?” Nos escandalizan, es verdad, los fracasos, las debilidades, las tibiezas, la falta de fe y las dudas, o los celos y fanatismos fuera de lugar de los demás, y por supuesto, solemos ser jueces más rigurosos cuando todos estos defectos los apreciamos en nosotros mismos, la misma María Emilia Riquelme ha de decir a una religiosa suya a este respecto “hermana San José ¡San José! Tenga usted piedad de sí misma y ame a Dios que él espera su pobre corazón y a quiere santa, y yo también” (Cartas, Granada, 25 de Septiembre de 1900).
Quizás en esos momentos, podríamos consolarnos con el relato del Evangelio de hoy. Nuestros juicios sobre nosotros mismos o sobre los demás pueden carecer de la profundidad de visión que poseía el Señor al llamar a los doce apóstoles; el Señor tuvo una visión que fue más allá de las impresiones iniciales y los comienzos erráticos que suelen tener todos los novicios para saber ver en el fondo del corazón y contemplar a un fiel servidor.
También podemos hacernos hoy estas preguntas ¿Qué fidelidad hay en lo más profundo de nosotros? ¿Qué momentos de testimonio valiente debemos afrontar todavía? ¿Qué respuesta al Señor resucitado permanece todavía enterrada en nuestro corazón, esperando el momento de emerger? Y no olvidemos que los falsos juicios y las valoraciones prematuras sobre nuestras cualidades para seguir al Señor, sean propias o ajenas, pueden servir para bloquear la obra del Espíritu Santo que anhela hacer fructificar todas las potencialidades de discípulo que aún subyacen dentro de nosotros, y que siguen ahí, creciendo silenciosamente, y que algún día nos sorprenderán con su presencia.