Lucas 17,20-25 Jueves, 11 de Noviembre de 2021
En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el reino de Dios, Jesús les contestó: «El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.» Dijo a sus discípulos: «Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o está allí no os vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación.»
He de reconocer que suelo ser una persona que me me distraigo con facilidad. Quiero decir, puede que ahora mismo esté escribiendo este comentario al Evangelio de hoy y de repente escuche el “cri-cri” de la notificación del WhatsApp, miro el mensaje y pienso “luego respondo que ahora estoy con otra cosa” pero regreso a este comentario ¡y ya se me ha olvidado el hilo de lo que quería compartir! ¡y el mensaje de WhatsApp sin responder, claro! Regreso a este comentario y escucho a Julio, mi perro, ladrando en el lavadero, lo más probable es que haya visto una bicicleta pasar por la calle ¡qué manía les tiene, y eso que no le atropelló ninguna! intento no hacerle caso, pero el ladrido ya se me ha metido en el cerebro, tanto ladrar no es por una bicicleta…. Me levanto, voy al lavadero y lo único que quiere es atención ¡se aburre! le regaño y vuelvo a este comentario mientras pienso ¡pobretico mío, si es que no le hago mucho caso últimamente!
Y ahora me doy cuenta de que esto mismo es lo que nos sucede con el Reino de Dios… puede que nos andemos despistando a cada momento, con distracciones sin importancia, para perder de vista el verdadero horizonte, y en este sentido, dos son las distracciones que nos apartan del Reino de Dios:
La primera es creernos que el Reino de Dios es un acontecimiento futuro, que encima se ha de manifestar prácticamente como un despliegue de efectos especiales propios de cualquier película de Hollywood. No, no es así, porque lo primer que nos recuerda el Señor es que “el reino de Dios no vendrá espectacularmente”, la verdad es que desconozco la razón por la que las traducciones se han decantado por el término “espectacularmente” cuando lo que dice el griego original es “παρατηρήσεως” (que significa “observación detenida y atenta”), de todas formas el sentido se sigue entendiendo, el Reino de Dios no es algo que debamos apreciar de forma consciente, empírica, con una manifestación de certeza innegable ante los sentidos ¿No creerían los ateos si por las mañanas, por ejemplo, apareciera escrito en el cielo, entre las nubes, “Buenos días, soy Dios”? ¡Sería una evidencia, tan magnífica, de esas que entran por los ojos, que difícilmente podrían negarla! Los que piensan de esta manera son como aquellos que se retrepan, en la butaca del cine, con sus palomitas, esperando “a ver cómo se desarrolla la película” que es lo mismitico que hizo el profeta Jonás que después de predicar la conversión a los ninivitas “salió de la ciudad y se sentó al oriente de la ciudad; allí se hizo una cabaña bajo la cual se sentó a la sombra, hasta ver qué sucedía en la ciudad” (Jonás 4,5). La actitud de este tipo de creyentes es pensar que como el Reino de Dios va a venir a lo grande, en plan apocalíptico, lo único que nos queda por hacer es denunciar todas las maldades de este mundo, a ver si acumulamos las suficientes como para que Dios se harte, de una puñetera vez y mande este mundo creado a donde le corresponde y venga su reino, como decía esa canción del grupo andaluz “Siempre así” de forma más crítica “tantas bombas nucleares, tantos misiles escondíos, el día menos pensao, pega la bola un crujío, y llegan los calamares al pueblo más escondío”, y seamos sinceros, de profetas de calamidades andamos servidos, como bien recordaba el Papa Juan XXIII “llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina (…) Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente” (Discurso de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, 11 Octubre de 1962).
La segunda falsedad es malinterpretar las palabras del Señor referentes a que “el reino de Dios está dentro de vosotros”, desde los primeros siglos de la Iglesia con las herejías gnósticas hasta los actuales tiempos de la “nueva era” interpretar estas palabras al pie de la letra hace que muchas personas se desvinculen de cualquier responsabilidad religiosa y moral… como el Reino de Dios está ya dentro de mí, lo único que he de hacer es cultivar mi interior, meditar, cantar, seguir mis propias directrices y desentenderme de todo… Muy propio del individualismo que ahora nos aqueja en todos los aspectos, pero en lo religioso, no hay nada peor para cultivar la pasividad y el individualismo que nos rodea por doquier que esos mensajitos de marras tanto merchandising de autoayuda superficial como “keep calm”, o “be happy”, tanto como decir “todo está en ti, lo mismo que tu relación con Dios” ¡qué parece que los hippies y la “Nueva Era” han descubierto la pólvora! cuando este individualismo religioso es tan antiguo que ya figura en textos heréticos gnósticos desde el Siglo I “el reino está dentro de vosotros y está fuera de vosotros. Cuando os lleguéis a conocer, entonces seréis conocidos y sabréis que vosotros sois los hijos del Padre viviente. Pero si vosotros no os conocéis, entonces vosotros estáis en la pobreza y vosotros sois la pobreza” (Evangelio de Tomás, 3), ya advertía María Emilia Riquelme a sus hijas de individualismos espirituales que no conducen a nada “los rinconcitos del alma… los engaños de Satán para perdernos…y mis hijas algunas en sus garras… ¡Oh, Dios mío, que yo no sufro por las que sufren, sino por las soberbias” (Cartas, Roma, 1 de Julio de 1929).
Lo que el Señor nos viene a recordar, en el Evangelio de hoy, es que el Reino de Dios no se puede observar empíricamente, ni ser constatado a simple vista; tampoco es algo que “esté por aquí, o esté por allá”; tampoco es un lugar al que vayamos, como un destino, ni un evento al que asistamos; tampoco es algo que dependa de nuestro empeño, esfuerzo o actividad, recordemos la masa que fermenta sola (Mateo 13,33) o la semilla que germina pese a todo (Marcos 4,27); y por supuesto tampoco se encuentra en medio de una de mis innumerables distracciones.
Pero el Señor ha dicho claramente que “el Reino de Dios está entre nosotros” ¿Qué hemos de entender pues? Dicho de otra manera, el Señor es quien nos trae el Reino de Dios, porque el Señor, morando en medio de nosotros, es el que ha hecho ya presente el Reino de Dios, por eso Juan Bautista pregona “el Reino de Dios se ha acercado” (Mateo 3,2). Pongamos toda nuestra atención en el Señor y encontraremos el Reino de Dios, como él mismo nos dijo “buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6,33), cuando no ponemos toda nuestra atención en el Señor es cuando nos distraemos y no percibimos el Reino de Dios, por el contrario, sabemos que cuando estamos centrados en el Señor “él es el centro de la Misionera, Jesús crucificado su modelo” (Pensamientos, 93) es cuando nuestro corazón no se distrae, sino que se agudiza, y entonces descubrimos otro tipo de señales, menos espectaculares, del Reino de Dios, como bien sabía María Emilia Riquelme “¡qué sitios que escoge Dios para sus grandezas!, ¡cómo a Dios tan grande le enamora lo chico!” (Cartas, Roma, 28 de Julio de 1912): En su Palabra que se abre camino; en la belleza; en la música; en un poema que conmueve; en las buenas noticias; en la bondad; en la empatía; en una flor que emerge entre el asfalto; una mujer que da a luz en el arrabal de cualquier gran ciudad del mundo; una gata callejera que juega con sus cachorros; un sacerdote elevando el pan en la consagración; un monje rezando en la soledad de su celda; una cajera de supermercado llenando con paciencia la bolsa de la compra a una anciana despistada; un gorrión mojado que canta en una rama bajo la lluvia; una madre en una sala de espera de hospital que mira fijamente el reloj durante la operación de un hijo; una religiosa profesando en una pobre capillita en medio de la nada; una manada de ballenas que cantan; el arcoíris tras la tormenta.
Tampoco somos ilusos, también nos lo advierte el Señor “antes hay que padecer mucho”… un anciano que fallece con un rostro de paz y brillo de esperanza en sus ojos; un bombero que pierde la vida en su tercer intento de entrar en una vivienda en llamas, después de haber salvado dos vidas en sus intentos anteriores; el familiar que sacrifica su vida al lado de la cama de un enfermo; el pingüino emperador que no se mueve del sitio, incubando un único huevo, durante lo peor del invierno, que consume toda su energía y peso corporal hasta que eclosiona su cría; los sanitarios que no se rinden ante una parada cardíaca; la madre que decide esperar una quimio que le puede salvar la vida para no afectar al bebé que está gestando; el chorlito que aleja de su nido a los depredadores, simulando que está herido para convertirse en una presa y alejarlos de sus polluelos; los misioneros que se niegan a abandonar una zona de conflicto para no dejar a los que han estado sirviendo y acompañando; en suma, también todo lo doloroso, lo sufrido, lo padecido en pro de la vida que siempre triunfa, imágenes todas de la Cruz, que como dice el lema de los cartujos “stat Crux dum volvitur orbis”, permanece mientras el mundo gira… o como dice María Emilia Riquelme “somos siervas de un Dios crucificado; esperamos en su misericordia reinar con Él, y sabemos que el padecer es nuestra herencia” (Pensamientos, 127) Pues, al final, sí, va a ser verdad que el Reino de Dios está en medio de nosotros, tanto que, aunque ahora no sea literalmente, sí que podemos afirmar que es “espectacular”, o estamos tan ciegos que no sabemos verlo, y esto, dejarnos distraer ante este despliegue del Reino de Dios en nuestro derredor, sí que es casi un pecado “es muy peligroso caer al pozo de distracciones, no serán quizá pecado mortal, pero es camino seguro para caer en él” (Cartas, Roma, 16 de Febrero de 1928).