COMENTARIO AL EVANGELIO 4º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – (Lucas 4, 21 – 30)

Jesús les decía en la Sinagoga: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.

Sí se admiraban de sus Palabras, esas palabras de vida que pronunciaba con tanta fuerza… Sin embargo, pronto empiezas las dudas, las desconfianzas…. “¿No es éste el hijo de José, el carpintero? Jesús afirmará: Ningún profeta es bien recibido en su tierra”.

Por eso, por la falta de fe de sus paisanos, no pudo realizar con ellos ningún milagro. Si lo hizo con la viuda de Sarepta de Sidón, mujer pobre, sencilla, llena de fe, y con leproso sirio Naamán, que quedó curado de su lepra.

Estos creyeron, confiaron en Jesús; tenían un corazón pobre, necesitado, lleno de fe, abierto para recibir la gracia. Y el milagro se realizó en ellos.

Yo admiro Señor, las palabras que salen de tu boca, qué sabiduría, qué amor, qué consuelo recibimos por medio de ellas. Te doy gracias porque tus Palabras son mi alimento diario; ellas dan fuerza a mi vida y me mantienen firme en la fe y en el amor a pesar de las dificultades, de las piedras del camino, de los contratiempos.

Te pido hoy: robustece mi fe y la de mis hermanos. Dame un corazón pobre, sencillo, humilde, confiado, como lo tenía MARÍA, como lo tenía María Emilia. Que sepa acoger la vida que me regalas con tus Palabras y también a través de los Profetas… de los de lejos y los de cerca, aquellos que tengo a mi lado y me cuesta aceptarlos y reconocerlos quizás porque son de mi misma tierra.

Así podrás realizar en mí, el milagro de la curación de mi egoísmo, de mi ceguera, de mi vida rutinaria y dispersa. Que pueda vivir de corazón la actitud de MARÍA: “Hágase en mí según tu Palabra”.

María José G.