Mateo 11,28-30 Jueves, 16 de Julio de 2020
Dijo el Señor:
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.
La Palabra de Dios, como nos recordaba la primera lectura del domingo pasado “no retorna al Señor hasta cumplir su propósito” (Cfr. Isaías 55,10-11), por eso el Evangelio de cada día, por más veces que lo escuchemos en nuestra vida, siempre nos dice algo nuevo, porque es Palabra viva, que nos toca el corazón cada vez de forma diferente. Y es que, desafortunadamente, estas palabras del Señor, de gran consuelo, son muy necesarias en la actualidad.
Claramente, atravesamos un momento de nuestras vidas en que nos encontramos muy cansados, tanto física, como emocional y espiritualmente, realmente estamos agobiados. Este cansancio y este agobio nos lo genera esta situación de pandemia, por culpa del Covid19, que vivimos. Hemos experimentado el miedo, la incertidumbre, la enfermedad… Y aunque ahora pueda parecer que volvemos a la normalidad, no es lo mismo, todo se ha vuelto triste, apagado e inquietante: Los grandes aparcamientos vacíos, los aeropuertos con apenas unas pocas personas que viajan, muchos comercios cerrados, sensación de vacío y miedo por doquier… Hemos tenido que conformarnos con celebraciones eucarísticas retransmitidas por los medios, participando con la sola comunión espiritual y sin posibilidad de tener el gesto de la paz. Nuestros familiares y amigos se han convertido en extraños enmascarados, máscaras que nos roban la complicidad y la cercanía de una sonrisa, una mueca, la expresividad del rostro. Las pocas veces que coincidimos con otras personas, y podemos conversar, siempre que estemos a dos metros de distancia, sin abrazos, sin sonrisas, ni siquiera un apretón de manos. Todos tenemos una opresión en el corazón , que nos causa el sentirnos aislados, aunque estemos rodeados de gente. He leído incluso que hay una lesión cardíaca, llamada “corazón roto”, que ha aumentado en este tiempo, que es como una especie de micro-infartos causados por el estrés, la preocupación y el agobio ¡hasta la tristeza del corazón se refleja en el cuerpo! Entonces… si todos andamos cansados y agobiados ¿Cómo llenamos este vacío, cómo descansamos, cómo tomamos este yugo y aprendemos del Señor?
Azares de la historia, María Emilia Riquelme también vivió una situación de pandemia, nos estamos refiriendo a la mal llamada “gripe española” del año 1918. Los expertos creen que falleció la mitad de la población mundial (otros autores incluso elevan la cifra). Ella nos lo narra en sus cartas de dicho año, con unas palabras que parecen sacadas de un “telediario” de esta misma mañana:
Hoy estoy más tranquila, en Barcelona están de “aquello” (se refiere a la gripe) que dije, bien todas, menos claro, Victoria, ésta tiene mucha fiebre, cuarenta grados y se calla, aunque está mejor, pobre infeliz, ¿qué va a decir?, pero sufro mucho, dicen, es tanta la gripe que allí hay que entierran de noche porque el público no se entere, figuráos, y tengo allí veintidós hijas y una ya con ella, Victoria, ¡ay mi Jesús, qué horror! (Carta, Granada, 10 de Octubre de 1918)
Figuraos hijas mías cómo estaré, en Barcelona están con la gripe en las dos casas, en Gracia cinco, en el Pasaje cuatro y hermanita Inés murió ayer día 14, ¡Ay mi Jesús!, cuántas penas. Carmen mal, los médicos casi no pueden ir porque no dan abasto, y para enterrar, dificultades por los muchos cadáveres. (Carta, Granada, 15 de Octubre de 1918)
Ayer como hoy, es normal que andemos cansados y agobiados, como dice la canción de nuestro amigo Ladis, recreando un “pensamiento” (nº 158) de María Emilia “se cansan nuestras manos… se gastan nuestros ojos… se agotan nuestros pies”, pero todo esto debe recordarnos que seguimos siendo amados. Somos amados por el Señor, que está dispuesto a tomar nuestras cargas, cansancios y fatigas, a enseñarnos, a permitirnos compartir nuestro yugo con él y encontrar descanso, en el Señor está nuestra fuerza, precisamente en las cartas de pandemia, esto es lo que María Emilia Riquelme recalca a sus hijas “¡Jesús mío qué días atravesamos! Él nos dé a todos fuerzas, (…) ¡Ay Dios mío dadnos a todas fuerzas!” (Carta, Granada, 18 de Octubre de 1918), y el Señor es también nuestro descanso.
Sólo hay una forma de descansarse en este tipo de situaciones. Los expertos aseguran que cuando alguien experimenta un gran dolor, una gran pérdida, un trauma que lesiona el alma, la mejor manera de repararlo es volcarse con quienes han pasado por la misma experiencia, es decir, para ayudar a las mujeres violadas, nadie mejor que otra víctima que lo haya superado, la mayor empatía de una madre que ha perdido el hijo será con otra en idéntica situación, los pobres son siempre los más solidarios con los más pobres, esto puede parecer un gran hallazgo psicológico, pero no nos engañemos, el Señor ya nos lo había dicho primero “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11,29) porque precisamente el Señor, para tener esa misma empatía con nosotros “fue probado en todo, como nosotros” (Hebreos 4,15), curiosamente, San Pablo, antes de recordarnos esto nos ha dicho también que “procuremos, por tanto, también nosotros, encontrar este descanso” (Cfr. Hebreos 4,11), quiere decir esto que -en la actual situación- sólo encontraremos consuelo, descanso y fuerzas cuanto más consuelo, descanso y fuerzas ofrezcamos a todos los que nos rodean: Nuestras familias, nuestros amigos, nuestros mayores, los enfermos, los sanitarios, las autoridades… No es tiempo de quejarnos de nuestros cansancios y agobios, que el Señor ya carga con ellos, al contrario, es tiempo de tomar el yugo del cansancio y del agobio de nuestros hermanos sobre nosotros, tener la humildad de no considerarnos el centro de nuestros males, agobios y fatigas “sea tu descanso la santa humillación” (Mª Emilia Riquelme, Pensamientos, nº 263) para poder sobreponernos y hacer lo propio con nuestros hermanos porque “esto es lo único necesario, lo justo, lo que más nos conviene, lo más descansado” (Mª Emilia Riquelme, Pensamientos, nº 9).