Mateo 13,10-17 Jueves, 23 de Julio de 2020

En aquel tiempo, acercándose los discípulos dijeron a Jesús: “¿Por qué les hablas en parábolas?”. Él les respondió: “Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: “Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane”. ¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron”.

El capítulo trece del Evangelio de Mateo contiene una gran colección de parábolas propuestas por el Señor (el sembrador Mateo 13,4-9, la cizaña Mateo 13,24-30, el grano de mostaza Mateo 13,31-32, la levadura Mateo 13,33, el tesoro y la perla Mateo 13,44-46 y la red Mateo 13,47-50) y quizás, poniéndose en el papel de los hipotéticos futuros lectores, son los discípulos los que anticipan la pregunta “¿por qué nos hablas en parábolas?”.

 

Para dar respuesta a esta pregunta, fijémonos primero en otro género literario: En las fábulas se nos cuenta una historia, en la que casi siempre los personajes son animales, aunque no tiene necesariamente que ser así, pero a cuya conclusión, inmediatamente, se añade la enseñanza práctica, moral o utilitaria que contiene la misma, es decir, la moraleja. Sin embargo, las parábolas obligan a los oyentes (lectores en nuestro caso) ha realizar un tipo de escucha más atenta, porque el relato no nos conduce a una moraleja preestablecida, sino que es preciso que sea nuestra reflexión personal la que saque sus propias conclusiones, y por lo tanto, obremos en consecuencia. Es decir, la enseñanza no nos vendrá dada por lo que escuchemos o lo que leamos “oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis(Mateo 13,14) de forma más o menos guiada por quien narra o escribe, sino que la enseñanza será fruto de nuestra reflexión “que nuestro corazón entienda y se convierta(Mateo 13,15).

 

La parábola nos hace pensar, nos invita a que entremos, de forma activa, dentro de la historia a partir de la experiencia de nuestra vida. Y a través de nuestra experiencia, nos insta a descubrir que el Señor está presente en nuestra vida cotidiana. La parábola no nos hace conocedores, ni sabios, lo que hace en nosotros es que nos convirtamos en descubridores. Las parábolas nos hacen contemplativos porque nos ayuda a observar la realidad, pasarla por el corazón y ¡descubrir en ella al Señor! María Emilia Riquelme también hizo este mismo ejercicio: Ella, como nosotros, también escucha las parábolas del Señor, las pasa por su vida y su corazón, las reflexiona y saca una enseñanza, la suya, que no sólo vale para ella, sino también para sus religiosas. Por ejemplo, en una ocasión, utiliza la parábola de la higuera sin fruto (Lucas 13, 6-9), en la que el evangelista Lucas da otra pincelada para demostrar la misericordia del Señor, para aplicarla a las luchas internas de una de sus religiosas para crecer espiritualmente y ser mejor (aunque cita de memoria y habla de una viña, en verdad se trata de una “higuera plantada en una viña”):

 

Todas recordáis un hecho lindísimo, encantador, que dicen los libros santos, fue una parábola de nuestro Señor. Dice en resumen: Que plantó una viña, esta produjo agraces, la volvió a arreglar y espiando los dulces racimos que creía encontrar, agraces volvió a producir. ¿Quién no creería que la arrancaría? No lo hizo así nuestro dulcísimo y encantador Señor. Por tercera vez la cercó, etc., etc., el fruto fue bueno y aún muy bueno que produjo luego. ¿Por qué no imitaremos a nuestro Señor? El enemigo tentó a mi pobre hijita, fue debilísima repetidas veces, pero ya será seguramente buena con la ayuda de Dios. Si hoy quiere al parecer y mañana vacila, ¿quién de nosotras no se ha visto combatida así? (Carta, Granada, 13 de Septiembre de 1922)

 

Por eso, en otro lugar, el evangelista nos dirá cómo reaccionaban los oyentes del Señor a este tipo de enseñanzas “las multitudes se admiraban de su enseñanza; porque les enseñaba como uno que tiene autoridad, y no como sus escribas(Mateo 7,28-29), porque el Señor nos ayuda a poner la base de nuestro conocimiento de Dios, Padre, Bueno del Cielo, en lo más básico de nuestra vida ordinaria, nuestra cotidianidad y los afanes de cada día, no necesariamente en el conocimiento y cumplimiento escrupuloso de la ley… La masa que fermenta, una moneda que se me pierde, una oveja que se extravía, un hijo que se aleja del hogar, unos pajarillos que comen despreocupados o unas flores que lucen su belleza para nadie, lo trabajoso que es sembrar, cuando hay otros árboles que lo hacen desde la nada de una mostaza insignificante. No obstante lo anterior, por sencillas que parezcan todas estas imágenes, siguen siendo “palabra del Señor”, en una ocasión, María Emilia Riquelme, que ha narrado una serie de anécdotas a sus hijas, de vidas de los santos, les advierte, de la misma manera “estos no son cuentos de vieja, sino verdades examinadas y aprobadas por la Iglesia” (Carta, Granada, 13 de Septiembre de 1919)

 

Esta pedagogía empleada por el Señor no es tarea fácil, para ello hay que tener la habilidad de no perder el contacto con los afanes, las luchas, los pequeños detalles que conforman la vida de las personas y saber hilvanarlo, ponerlo en el horizonte, alinearlo con los planes de Dios. María Emilia Riquelme ha sabido también ver lo cotidiano y elevarlo a modo de enseñanza, por ejemplo, en sus años en Sevilla, acompañando a su padre, estuvo haciendo de catequista y maestra improvisada para los niños, los rapazuelos y los gitanillos de la calle, pero no solamente ella les ha enseñado a ellos, sino que también ella ha aprendido de ellos, y para enseñarnos a amar a la Virgen María tira de ese bagaje y nos dice “vamos a apostar -como dicen los chiquillos en Andalucía- a quién querrá más la Santísima Virgen; pues seguro será la más humilde, la más piadosa, la que en su corazón, sin ostentación, ama más a Nuestro Señor” (Pensamientos, nº 235) Como aconsejaba una vez un sabio y anciano sacerdote jesuita, aunque refiriéndose a la oración de intercesión, para poder interceder correctamente “hay que tener el periódico en una mano y la Biblia en la otra”, en esto consiste la forma de enseñar del Señor, mostrarnos el reino de los cielos metiéndonos en lo pequeño.

 

María Emilia Riquelme ha sabido hacer esto mismo, reconvertir la vida cotidiana en una enseñanza sublime, se fija en la realidad de su tiempo, ella, que es un ejemplo de santidad más cercano a nosotros (pues ha conocido la luz eléctrica, el teléfono, los telegramas, los automóviles…) también se fija en estos detalles de lo cotidiano y nos los presenta en “modo parábola” para hacernos reflexionar también a nosotros… Por ejemplo, no nos da una clase magistral sobre el papel de intercesora de María Santísima, pero nos lo explica en dos renglones de forma bien sencilla:

 

Dios es el único objetivo de nuestras vi­das en un todo, pero se necesita un cochecito para ir a Él; y éste es María. El niño sin su ma­dre no vive bien; a veces el camino es largo, el calor asfixia, muchos peligros nos acechan. Es bondad de Dios darnos un cochecito para salvar tantas dificultades. (Pensamientos, nº 185)

 

Termina el Señor advirtiendo de la suerte que tenemos de poder escuchar su predicación y sus palabras “pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron”, a mi, en este caso, me gustaría dar gracias por las Misioneras del Santísimo Sacramento y Mª Inmaculada, por haber sabido atesorar todas estas pequeñas anécdotas, cartas y escritos de María Emilia Riquelme porque yo no tuve la suerte de verla y oírla, como sus hijas de los tiempos de la fundación, pero ahora es como si la conociera… Nos habríamos llevado muy bien ella y yo, que soy otro “chiquillo de Andalucía”.